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MALDITA CIENCIA

De los dos huevos semanales a ‘lo saludable’ de un zumo de naranja: qué hay detrás de los cambios en las recomendaciones nutricionales

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Claves
 
  • La nutrición, como cualquier otra ciencia, avanza, y eso afecta a las recomendaciones sobre alimentación saludable 
  • Los estudios sobre alimentación son complejos de diseñar y llevar a cabo, lo que repercute en la calidad de la evidencia y en la dificultad para proponer estas recomendaciones 
  • Además del proceso científico, también la industria alimentaria y los consumidores influyen en qué y cómo comemos

 
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‘¿Ahora resulta que me puedo comer todos los huevos que quiera? ¡Antes solo se recomendaba dos a la semana!’. ‘¿Que el zumo de naranja no es saludable? Estos de la nutrición no paran de cambiar las cosas’’. Lo cierto es que ‘estos de la nutrición’ no cambian las sugerencias a sus anchas ni la ciencia da bandazos de un lado a otro de forma aleatoria: las recomendaciones alimentarias evolucionan y varían igual que cambian los hábitos de la sociedad. Todo esto ocurre a la par que las investigaciones científicas y el conocimiento que generan avanzan. De ahí que consejos alimentarios que se consideraron indiscutibles en su día (¿te suena eso de los dos litros de agua diarios?) hayan quedado desfasados.

La nutrición es una ciencia y la ciencia está en constante cambio. Además, la de la nutrición es muy joven, por eso está en constante renovación y revisión”, explica a Maldita.es Mª Cruz Manzaneque, miembro de la Junta Ejecutiva del Colegio Oficial de Dietistas-Nutricionistas de la Comunitat Valenciana (CODiNuCoVa) y dietista-nutricionista.

Como ciencia, las evidencias relacionadas con la nutrición avanzan, se reformulan y se desechan

Imagina una maleta que tuvieses que llevar contigo toda la vida. Evidentemente, su contenido cambiaría: se irían sumando pantalones o camisas nuevas pero, por diferentes circunstancias, también dejarías atrás parte de tu fondo de armario inicial. En la investigación, sucede algo parecido: es un proceso continuo, con un flujo constante de nuevos estudios.

“Debido a que las recomendaciones dietéticas se basan en la mejor ciencia disponible en cada momento, las pautas pueden cambiar a medida que se disponga de nuevas investigaciones”, recuerda en su página web la Escuela de Salud Pública de Harvard (Estados Unidos). Añade otras dos consideraciones: que no todos los estudios científicos son iguales (algunos son más sólidos que otros) y que, aunque puede ocurrir, los más nuevos no son necesariamente más fidedignos que los antiguos.

“Hace años se creía que la alimentación vegetariana no era saludable porque provocaba un déficit de vitaminas y minerales. Con el tiempo, se ha visto que no es así y que, en realidad, puede cubrir todos los requerimientos si se lleva bien”, señala Manzaneque. Otro ejemplos son las grasas procedentes de frutos secos que “antes se demonizaban y que ahora se sabe que son saludables”, añade la experta.

Todo esto no quita que, a día de hoy, podamos dar con profesionales en nutrición titulados que sostengan, por ejemplo, que no se debe comer más de dos o tres huevos a la semana. “El problema es que, muchas veces, los contenidos teóricos que se dan sobre una determinada disciplina [en el ámbito universitario] resulta que están escritos por personas que no están actualizadas, lo que repercute en las nuevas generaciones [...] que se están formando con los conocimientos que tenían aquellas personas que eran relevantes y escribían libros hace 20, 30, 40 o 50 años”, advierte Juan Revenga, dietista-nutricionista, en el podcast Factor Intrínseco.

Por qué no se debe comparar la investigación médica con los estudios sobre nutrición

Las investigaciones médicas que estudian cuán efectivo es un medicamento X disponen de herramientas y procesos con los que no cuentan los estudios sobre nutrición. Por un lado, como explica en El Comidista Beatriz Robles, dietista-nutricionista y tecnóloga de los alimentos, las investigaciones médicas sobre un fármaco tienen como ‘comodín’ la herramienta del efecto placebo. Es decir, pueden contrastar el efecto real de un medicamento con el del placebo. ¿Por qué? Porque los principios activos del medicamento “actúan generalmente sobre un órgano o tejido concreto, tienen una acción limitada en el tiempo y producen cambios medibles objetivamente”.

¿Qué ocurre en los estudios relativos a la nutrición, por ejemplo, sobre los posibles beneficios o efectos adversos de un nutriente? En estos “es difícil tener un grupo de control que tenga un consumo cero de ese compuesto”. Además, como continúa Robles, los efectos de exponerse o de eliminar un nutriente de la dieta no son inmediatos. Y para hacerlo todavía más difícil, el cuerpo tiene capacidad para almacenar nutrientes, de manera que, si uno determinado no se aportase con la dieta, el organismo recurriría a las reservas y tardaríamos en ser conscientes de ese déficit.

Por otro lado, en nutrición es complicado poder diseñar estudios científicos con alto nivel de evidencia, como estudios clínicos controlados y ensayos controlados y aleatorizados: no se pueden (o, al menos, no es ético) controlar todas las variables de la vida de los participantes de un estudio que además, para mejores resultados y futuras comparaciones, deberían ser parejas de gemelos (así su genética sería la misma). De ahí que la mayoría de las recomendaciones sobre nutrición se formulen en base a estudios observacionales, con menor nivel de evidencia, o en modelos animales (cuyos resultados no se pueden extrapolar a las personas).

¿Lo más eficaz? Recurrir a metaanálisis y revisiones sistemáticas que, para establecer conclusiones ‘definitivas’, hayan tenido en cuenta todos los estudios realizados previamente sobre un tema en concreto. Puedes leer más sobre otros factores que dificultan la metodología de los estudios sobre nutrición en El Comidista.

El papel de la industria alimentaria, los intereses económicos y el ‘amarillismo’ nutricional

La ciencia es necesaria para ‘construir’ patrones de nutrición basados en la evidencia, aquellos que todos deberíamos tener en cuenta a la hora de tomar decisiones alimentarias si lo que queremos comer de manera saludable. Pero la ciencia no es el único participante en la encarnizada lucha por nuestra atención, con todo lo que ganársela supone: al fin y al cabo, somos consumidores que, periódicamente, llenan carritos de la compra con unos u otros productos. Productos que forman parte de un negocio. El otro bando lo conforman “bien los productores, bien los medios de comunicación, que también van a tener la presión de los productores para generar contenidos (cuando no directamente publicidad)”, explica Revenga a Maldita.es.

“Los intereses comerciales de algunas empresas condicionan y retuercen las recomendaciones de salud dirigidas a la población, incluso aquellas emitidas por las autoridades sanitarias”, afirma tajante Revenga en su blog. Como ejemplo, el gran número de estudios, titulares o anuncios financiados por la interprofesional de la cerveza (Centro de Información Cerveza y Salud) o la del vino (Fundación para la Investigación del Vino y Nutrición, FIVIN). Spoiler: ninguna cantidad de alcohol, aunque sea moderada, es saludable).

“Si lo que quieres es oír hablar bien de un determinado producto, consulta los estudios que financian los respectivos productores. Los más potentes tienen estudios ‘científicos’ incluso que van a la contra de las más elementales recomendaciones. Pero claro, eso no es ciencia, es marketing”, añade Revenga. Es decir, debemos tener presente que los conflictos de intereses también existen en el mundo de la nutrición.

Además de estos estudios, cuidado con cómo los medios de comunicación se hacen eco de supuestas y ‘asombrosas novedades’ en el mundo de la nutrición. “La investigación [en nutrición] no da grandes titulares. No lo hace en proporción a los años de estudio, inversión económica y carreras entregadas a su causa. Aunque al leer la prensa cada mañana pudiera parecer lo contrario”, advierte Robles en El comidista. Ante algo parecido a “una copa de vino tinto equivale a una hora de gimnasio, según un estudio”, “la cerveza mejor que el paracetamol para calmar los dolores”, agudiza tu sentido crítico.

Los consumidores buscamos soluciones fáciles y oír lo que queremos oír

Otro de los motivos por los que, ya no las recomendaciones sobre nutrición, sino los hábitos relacionados con ella cambian es porque los consumidores (con un acusado sesgo de confirmación) solemos creer aquello que queremos escuchar e insistimos, divulgamos y confiamos en ese mensaje (“un zumito de naranja es súper saludable”, “bébete una copita de vino, que es buena para el corazón”...).

Este proceso boca-oreja a gran escala sobre mensajes bastante alejados de la evidencia científica no es lo que debería haber, pero es lo que hay, es lo que tenemos, y es algo que también interfiere en nuestras decisiones alimentarias. Especialmente por el volumen y la reiteración del mismo mensaje.

“Buscamos eso que nos complazca. Algo que, normalmente, es difícil de encontrar, pero que alguien nos vende como fácil, accesible, barato y lleno de beneficios. Por supuesto, eso no existe”, subraya Revenga en Factor Intrínseco. “Vamos buscando los engaños que nos consuelan, al menos, momentáneamente”. Esta situación es especialmente preocupante cuando hablamos de enfermedades graves ante las que buscamos alternativas, milagros (aunque no es necesaria la desesperación para que “nos dejemos engañar”).

“Tenemos que ser mucho más críticos con todos aquellos mensajes que son especialmente maravillosos sobre nutrición y alimentación. Hay muy poco que pueda añadirse a lo que hoy se conoce para que cambie radicalmente el tema. Y todo esto se debe a que hay un montón de factores creados y mucho dinero en juego”, concluye el experto.

Recomendaciones para la gente en base a cómo vive la gente

Todos conocemos la famosa pirámide alimentaria: esa guía sobre cómo, supuestamente, comer saludable cuyo grueso ‘se planta’ en los cereales e hidratos de carbono en general y en la que, según escalamos, nos topamos con grupos como verduras, frutas y hortalizas; lácteos, huevos y pescados; carnes rojas y procesadas y dulces y snacks.

Esta propuesta nutricional está desactualizada. A día de hoy no es adecuada como recomendación alimentaria general por una sencilla razón: está formulada en base a cómo se alimentaba la población en el siglo XX. En su momento tenía sentido (en especial por los hábitos y la actividad física de la población), pero ahora, que somos más carne de oficina que de azada, no.

A esta recomendación, que ha ‘ido a misa’ durante décadas, la ha sustituido una propuesta de alimentación con base en un mayor consumo de verduras, hortalizas y frutas. En el caso del plato saludable de Harvard, propuesta actualizada de guía alimentaria, este grupo de alimentos debería llenar la mitad de nuestro plato. Otro cuarto se reserva para los granos integrales (pan integral, pasta integral, arroz integral…) y otro para la proteína de calidad (que huye, por ejemplo, de la carne procesada y del exceso de carne roja).

Como otros muchos ejemplos (ya hemos hablado del caso de los sulfitos), este demuestra cómo la nutrición se adapta a los cambios en la población y cómo las recomendaciones alimentarias se matizan, se liman e incluso se transforman en función de nuestras necesidades reales.

La conclusión es que, a día de hoy y en materia de nutrición, se tienen muy pocas cosas por absolutamente ciertas. Y de estas, en palabras de Revenga, la mayoría no tienen un mayor atractivo comercial: “Cuando seas conocedor de un nuevo descubrimiento o de un mensaje que rompe diametralmente con lo que ahora sabemos, pon en práctica tu pensamiento crítico y pásale el cuestionario de estos puntos a ver si lo supera. Y si no tienes recursos para evaluarlo de forma conveniente, pide ayuda a alguien de tu confianza”.


Primera fecha de publicación de este artículo: 26/05/2023

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